En el trabajo de Angela aparecen elementos impresos pertenecientes a series del pasado. Es como un proceso digestivo dilatado, en el que las mismas imágenes de partida generan distintas narraciones al recolocarse en diferentes combinaciones.

La narración se rehace cada vez que la artista muestra su trabajo. La memoria de las propias imágenes aparece y desaparece, creando juegos que insinúan y desvelan. En sus piezas se percibe la memoria de formas y acciones.

Su trabajo es lento y laborioso, y requiere concentración, como las labores de las mujeres de su familia: zurcir, remendar, coser, tejer o tricotar. Labores manuales, cotidianas, aprendidas y repetidas día a día, año a año, generación tras generación.

«Estas son hojas del magnolio que está en el jardín de las Oblatas. Se trata de un antiguo convento situado a la orilla del río Arga cuando este va dejando Pamplona atrás. Para mi madre, enferma de Alzheimer, esta fue su última residencia. Juntas dábamos paseos, agarradas del brazo recorriendo una y otra vez los caminitos del jardín. Mientras caminábamos, las fui recogiendo tarde tras tarde y estación tras estación.

En casa se fueron secando planas, pero conservan todo su cuerpo y brillo.

Las hojas están rematadas con distintos dibujos hechos a ganchillo. Son réplicas de las labores que mi madre nos ha hecho en servilletas, toallas, sábanas para la cuna de Julen, etc. Cuando me faltó su presencia hacer crochet me sirvió para que mientras tejía sintiera la compañía de mi madre».

Angela explora las posibilidades del medio gráfico: utiliza técnicas reproducibles como la fotografía, el tratamiento digital o el grabado, en un dialogo con otros elementos que las convierte en piezas únicas, con una memoria propia.